martes, 7 de enero de 2014

El renacer de la muerte



Hace 300 años, una noche fría y silenciosa con el cielo iluminado con la luz de la luna llena, que dejaba caer sus rayos sobre la calmada casa a las afueras de un pequeño pueblo. Un reguero de sangre salió bajo la puerta, empapando la tierra… y de la misma puerta salió una figura de negro, sacando un destello plateado de su desordenado y níveo cabello al contactar con la luz lunar. Escena sangrienta y bella cuando se apreció el rostro del joven de unos 13 años, el cual tenía gotas de sangre salpicadas en su pálida piel, y en un rápido gesto se retiró el cabello de su rostro tiñéndolo de un tono carmesí, dejando ver unos brillantes iris verdes amarillentos, de su mano aún estaba una aguja. ¿Qué había ocurrido?

El joven albino siempre había sido diferente a los demás, encontrando la belleza en cosas que una persona podría considerar espeluznantes o macabras. Y esa incomprensión le llevó a cometer ese crimen: sus padres no habían podido aguantar la presión que ejercían los habitantes de la zona, que conocían los gustos del pequeño, y en un acto salvaje intentaron matarle. El chico ya conocía lo que ocurría, no era tonto y se percató del olor que desprendía el agua de su vaso. Era el olor de la muerte. Y sin dudarlo, con sangre fría, cogió el cuchillo que se encontraba encima de la mesa y aprovechando un despiste de su padre, que se encontraba sentado a su lado, le cortó limpiamente el cuello. Sin resentimiento, sin ningún tipo de emoción. El sonido causado por el cuerpo al caer al suelo alarmó a su madre, la cual soltó un chillido al ver lo ocurrido. Ese grito causó un escalofrío en la columna vertebral del pequeño. Se había sentido…¿bien?. Una sonrisa macabra se formó en los finos labios del pequeño, y se acercó a su madre, clavando el cuchillo en el vientre, profundamente. Sus padres nunca le habían apreciado, le habían dejado hacer… Y esa actitud hacia el muchacho había surtido un efecto que se pudo invertir de haberle dado el amor familiar que el niño debería haber requerido en su momento. Pero el pequeño albino no sintió pena alguna, sólo… cierta emoción que hacía hacer latir más rápido su corazón. Encontró tan hermosa esa escena… el salón que tendría que haber sido una cena teñido del rojo carmesí de la sangre de sus predecesores, los cuerpos en el suelo como meras muñecas que cada vez se volvían más pálidas… Esas heridas abiertas como una roja rosa…

La sonrisa del niño se volvió más amplia, y sin dudarlo cogió una aguja e hilo de la cesta de coser de su madre y cosió las heridas. Cada vez la sensación de emoción se hacía mayor, la adrenalina corría por sus venas, activando su cuerpo… Él sabía que era diferente, y no había querido aparentar lo contrario ¿porqué debería aparentar? Tras terminar su ‘trabajo’ sólo salió de la casa, con las manos empapadas en ese líquido tan hermoso, abandonando esa escena tan bella y fría para el joven…

Unos años después, la noticia del asesinato y la peculiar forma de abandonar a los muertos, cosidas las heridas, seguía rondando como un rumor escalofriante… como una leyenda para asustar a la gente. Mientras el joven vagabundeaba por las calles, ajeno al temor que había causado su bello ‘trabajo’, buscando algo de lo que alimentarse cuando varios guardias se acercaron a él, llevándolo a un orfanato. El muchacho no dijo palabra alguna en todo el trayecto, incluso cuando llegó al recinto se mantuvo en silencio completo. Pasó el tiempo y los niños del orfanato huían de nuevo del albino. El joven lo aceptaba… pero… le gustaba asustarlos, oírles gritar… ¿cómo sería verlos en la misma situación que sus padres?
Ocurrió: Un nuevo suceso fue el nuevo rumor del lugar. 25 niños de diferentes edades y varias hermanas fueron asesinados, con el vientre abierto en canal y la herida cosida. Sólo hubo un superviviente…el pequeño albino. Un vecino del pueblo reconoció al niño como el hijo de la pareja asesinada, y le contó a los guardias que tenía unas costumbres muy extrañas. Y el niño fue encerrado…como un animal.

Pasaron varios meses antes de poder salir de allí, aunque nunca se imaginó la manera de salir de allí: los guardias en un acto de rebeldía o de puro aburrimiento, comenzaron a beber vino en grandes cantidades, terminando por quedar ebrios. Y no se les ocurrió otra idea que ‘divertirse’ con el niño. Abrieron la celda y le empezaron a lanzar las sobras de la comida que acaban de comer junto con esa bebida alcohólica, pero se cansaron rápido al ver que el escuálido muchacho no se movía. Pensando que podría estar muerto por la mala alimentación, se metieron dentro de la oscura celda para comprobar si aún seguía con vida. Craso error. El albino, con las pocas fuerzas que le quedaban logró robar hábilmente la daga que poseía uno de los guardias y con una risa enloquecida se abalanzo sobre el primero, clavando numerosas veces el filo en el cuerpo del hombre, aunque estuviera ya muerto. El segundo guardia, atemorizado al principio, solo se dejó caer al suelo mientras observaba con los ojos desorbitados en una mueca de terror como su compañero era casi descuartizado, y cuando le llegó su turno… esa misma expresión se mantuvo en su desfigurado rostro. El niño, jadeante y agotado, logró arrastrarse hasta el exterior de la celda…pero la adrenalina volvía a activar su maltrecho cuerpo.

En ese instante fue cuando vio al que sería su salvador, en ese momento: en la celda contigua a la suya una risa se escapaba de ese lugar. El muchacho, intrigado, se acercó y pudo apreciar brevemente la figura de un hombre. Ese hombre, tras ofrecerle su ayuda si lograba sacarle de ahí, fue su último recuerdo además de el de abrir la celda con las llaves de los guardias.

Cuando despertó, se encontraba en un lugar oscuro…no era un lugar normal. Se incorporó cuando un dolor cruzó todo su cuerpo, más en algunas zonas como su rostro, cuello… Confundido y adolorido, anduvo por el lugar que no daba signos de ser lógico. Ese escalofriante sentimiento que sentía le hizo recordar que eso era lo que él causaba en las demás personas, y sin pensarlo mucho, aceptó el lugar como su hogar. ¿Qué mejor lugar para una persona siniestra que un lugar siniestro? Tras investigar un poco, se dio cuenta que el lugar parecía una caja de juguete rota, encontrándose por allí cosas que no se creyó encontrar nunca, y en un espejo que encontró pudo observar su nuevo aspecto: una herida cosida cruzaba su rostro en diagonal, al igual que otra en su cuello y pudo imaginarse que en más zonas de su cuerpo también se encontrarían. ¿Por qué tenía esas cicatrices? No lo sabía, pero lo aceptó. Esa imagen se acomodaba a su ser…y estuvo un momento admirando ese corte en su rostro.

Pasó el tiempo y se fue dando cuenta de los cambios que estaban ocurriendo en él, pero lejos de sentirse asustado o aterrado, se sintió feliz mientras la locura se apoderaba de lo poco humano que podía quedar en la mente del chico que ya aparentaba sus veintitantos años. Su cabello creció rápidamente y él no se molestó en cortárselo, incluso tapando sus ojos parcialmente. Se encontraba tan cómodo en ese lugar… Pero la intriga seguía recorriendo su mente: ¿por qué estaba allí? ¿Quién le había llevado? ¿Cuál era el motivo para ello? Y en ese momento salió del lugar. Sólo había querido salir de allí y lo había logrado. ¿Tan sencillo era? Claro que… donde apareció no fue tan agradable…

Cuando volvió al mundo real, habiendo estado tanto tiempo sin en él, la luz tan intensa dañó sus ojos, pero a diferencia de una persona normal, no desvió la mirada del brillante sol, sino que estuvo un tiempo absorbiendo esa luz hasta dejarle medio ciego. No le importó, llevaba mucho tiempo viviendo en la oscuridad como para no saber manejarse sin su visión, sólo quería disfrutar de ese dolor que le estaba causando… ¿por qué? Porque el dolor para él era belleza, era casi gozo… y al girarse y ver malamente su alrededor se encontró en una fiesta aristocrática. Una carcajada de pura alegría salió de sus labios, causando que el terror acudiera en el lugar e intentaran huir. El albino sin contenerse masacró a la multitud entre risas espeluznantes de locura y sonrisas macabras. La fiesta terminó teñida del intenso rojo de la sangre bajo la guadaña que se había materializado en las manos del chico. Eso confirmaba todo… él ya no era humano, aunque nunca se había acabado de considerar uno. En ese momento apreció a duras penas que había un hombre, aún allí. Con esa sensación de expectación, fue a avanzarse sobre él para descuartizarle como a los demás, pero se detuvo al reconocer al hombre. Era… el de la cárcel. El hombre aunque temblaba, miraba al albino casi con adoración, y en unas breves palabras le explicó que él era el causante de que el chico fuera ahora y quiso hacer un contrato con él. El albino sabía por instinto lo que tenía que hacer para hacer un contrato ilegal, pero… No tenía la necesidad de hacerlo, y asumiendo que ese hombre era también el causante de sus cicatrices, le dejó escapar con vida devolviéndole su ‘regalo’: con la guadaña hizo profundos cortes en el torso del hombre, sonriendo sádicamente, y le dijo que se fuera, que advirtiera al mundo que el Dios de la Muerte había renacido.

Volvió al Abyss sin saber muy bien como lo hizo, al parecer podía hacerlo a voluntad, aunque se dio cuenta que cuanto más tiempo pasara en el otro mundo peor se encontraba, por lo que no volvió hasta que su ansía de ‘matar’ su llamada a la belleza volviera.

El hombre, tal y como le dijo el albino, expandió ese llamado, recibiendo el nombre de Muerte. Él se había olvidado de su nombre real, así que aceptó el de la Muerte con siniestra felicidad, sonriendo al oírlo en sus incursiones al otro mundo para divertirse. ¿El porqué? Porque sería muy triste que la risa se perdiera… al igual que esa belleza inmaculada entre cuerpos inertes y heridas cosidas en esa piel fría y pálida…